Barreras para detectar y atender casos de violencia de género en mujeres gitanas desde atención primaria de salud: ¿una distancia infranqueable?

Abstract

Introducción: Atención primaria de salud (APS) tiene un papel clave en la detección y atención de casos de violencia de género (VG). Objetivo: Identificar barreras de acceso a APS de mujeres gitanas en situación de maltrato desde la perspectiva profesional y de las asociaciones gitanas. Metodología: Estudio cualitativo basado en 24 entrevistas semi-estructuradas realizadas entre noviembre de 2014 y febrero de 2015 en distintas ciudades españolas. Análisis temático según el modelo de Aday y Andersen (1974) sobre el acceso y uso de servicios sanitarios por parte de grupos de población en riesgo. Resultados: Profesionales de APS y representantes de asociaciones identifican comúnmente como barrera la concepción de la VG como un tabú o asunto privado en las mujeres gitanas, asi como sus reticencias a la denuncia por la presión de la comunidad y la familia extensa. Las asociaciones lo explican por la falta de efectividad de la denuncia y profesionales de APS a que estas mujeres tienen miedo a las consecuencias de desvelarlo en su contexto y control de los maridos, además de que desconocen el funcionamiento de los servicios sanitarios. Los/las profesionales ven a las mujeres gitanas como especialmente vulnerables a la VG y estiman una mayor prevalencia entre ellas. Las asociaciones coinciden en que la prevalencia de VG es similar al resto de mujeres aunque reconocen la falta de concienciación sobre las situaciones de VG para saber identificarlas. Ambos colectivos describen desconfianza de las mujeres gitanas hacia APS como servicio ajeno a la comunidad o “apayado” en el que se llegan a sentir discriminadas. Reconocen la necesidad de mejorar el conocimiento y sensibilización en ambos sentidos, sobre la cultura gitana para profesionales y de acciones de salud comunitaria en y con la comunidad gitana. Discusión: La percepción profesional de la comunidad gitana como patriarcal y machista, en la que la VG está normalizada y aceptada, y de las mujeres gitanas como sumisas que “no quieren ayuda”, puede suponer a su vez una barrera para la implicación profesional en la detección de casos. Que las mujeres gitanas desconozcan el papel de ayuda que pueden ejercer AP, desconfiando y percibiendo distancia, puede estar dificultando que se detecten y atiendan casos de VG. Conclusiones: Parece evidente la necesidad de formación multicultural a profesionales, sensible a las especificidades de la cultura gitana, y la difusión de información entre las mujeres gitanas sobre el papel de APS ante la VCI.