Tolmo. Una ciudad en el camino. Guía del parque arqueológico

Abstract

El Tolmo de Minateda es un yacimiento arqueológico cuya vida está documentada desde época neolítica hasta finales del siglo X d.C. Son unos cinco mil años, aunque la ocupación no ha sido siempre igual de intensa. Los documentos conocidos nos hablan de una presencia neolítica al otro lado del arroyo de Tabarra, a la que corresponden las pinturas del Abrigo Grande, y de la Edad del Bronce ya en el propio yacimiento. La presencia ibérica, cartaginesa y romana está comprobada documentalmente. Sin duda su emplazamiento estratégico, que domina una de las vías que desde la costa mediterránea enlazaba con la meseta, y próximo a otra que unía el litoral con el interior de Andalucía, tuvo mucho que ver con el desarrollo de la ciudad. En época romana recibe la categoría de municipio, hecho que se celebra con el embellecimiento y la monumentalización de su entrada, que adquiere un aspecto romano. A este momento corresponde una gran inscripción en la que aparecen citados el emperador Augusto y algunos de sus parientes y ayudantes. Es el año 9/8 a.C. y El Tolmo inicia una nueva etapa de su existencia, no exenta de altibajos. Siglos después, en época visigoda, la ciudad renueva por completo sus estructuras, al tiempo que alcanza temporalmente la categoría de obispado durante las guerras entre visigodos y bizantinos. El complejo eclesiástico y residencial de la parte alta será sin duda el centro urbano en este momento. Cuando vuelva la normalidad, y el obispado retorne a Ilici, su sede original, la ciudad comenzará a languidecer y sus edificios se irán reconvirtiendo. Este es el panorama que encuentran los musulmanes cuando en el año 713 pactan con el noble visigodo Teodomiro el cambio de dominio. Poco a poco la sociedad se va islamizando, aunque durante algún tiempo coexisten las dos sociedades y las dos religiones. Es uno de los pocos lugares donde está atestiguado que gentes de religión cristiana y de religión islámica se entierran en el mismo cementerio, cada uno según sus propios ritos. Aunque a principios del siglo XX el abad Breuil levantó una planimetría de los restos visibles en superficie, fue el poder de la lluvia el que en 1887 sacó al Tolmo de siglos de silencio. El descubrimiento de parte de la inscripción monumental marcó el inicio de un apasionante proceso de excavación, descubrimiento e interpretación de sus vestigios arqueológicos que ha deparado grandes sorpresas y que ha permitido convertir al Tolmo en un yacimiento arqueológico de primer orden.